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19.03.2020 -- Día 5 del Estado de Alarma en España por COVID-19

No puedo dormir. Ayer me desperté más allá de las 5 de la tarde. Son casi las 11 de la Mañana. "Sólo" llevo 16 horas despierto. He perdido todo tipo de rutina y horario.

A José Miguel no le gusta mi tos. Sale corriendo cada vez que toso. A veces me dan ataques de tos muy seguidos y ya no puedo respirar, me quedo respirando fuerte por la boca. Sólo en ese momento se acerca, me mira con ojos curiosos y maúlla.

No sé si mañana seguiré vivo. Y no lo sabía hace un mes, antes de todo esto. No lo he sabido nunca. Pero esta vez se siente diferente, como si todo el mundo hubiese caído en la cuenta de repente, de que hoy puede ser el ultimo día de sus vidas. Y ante eso cualquiera se siente frágil.

No creo que muera de coronavirus. No estoy contagiado. Llevo casi 2 semanas encerrado en casa y de ser así, a estas alturas sería incapaz de respirar por mí mismo. El desconocimiento ante la muerte ha existido casi siempre en mí. Salvo ese día en el que efectivamente estuve a punto de morir realmente. Esa tarde, como ocurre cada minuto en nuestros hospitales, un equipo ingente de sanitarios me salvó la vida. Lo dieron todo durante dos horas en la calle y varios días en un hospital. Y sobretodo dieron algo que habíamos olvidado: La humanidad que hoy todos queremos recordar.

Ahora todos somos personas. No importan los países, las razas, los pueblos... ya ni siquiera los idiomas, los océanos o las montañas. No importan los rencores. Las puñaladas físicas o sentimentales. La gente ha comenzado a llamar por teléfono a gente con la que no hablaba, quizá por motivos justificados. Y lo hace sólo para oir al otro lado la respuesta a una pregunta que casi nadie hace en el día a día: ¿Cómo estás?

A veces se lo pregunto a José Miguel. Aquí no hay nadie más. Es como Wilson en "Naufrago": Nunca contesta. Pero ha cambiado algo en su forma de comportarse. Lo normal es que me dé la espalda y mire al salón desde la cama. O controle la habitación mirando al espejo sin mirarme fijamente. Pero ahora me mira más. Me mira de frente. Como si supiese que algo pasa.

Un gato no puede entender que la especie humana, con la que lleva conviviendo de cerca unos 10.000 años, esté a punto de desaparecer. O no.

En el contexto de incertidumbre en el que vivimos, uno puede pensar que la sociedad como tal está a un leve empujón de caerse al vacío y desmoronarse como lo hizo tras la caída del Imperio Romano. Cientos de años de oscurantismo si es que alguien sobrevive a esta mierda.

Y esta mierda no es el coronavirus COVID-19. Es una sociedad que literalmente escribe a pies juntillas lo descrito en el párrafo anterior.

Necesitamos imperantemente salir adelante. Sobrevivir a nuestro miedo. Lanzarnos al lado luminoso de la fuerza y dejar de justificar nuestro comportamiento autodestructivo en traumas de niño pequeño.

Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,
a cumplir con tus objetivos mucho después de que estén agotados,
y así resistir cuando ya no te queda nada
salvo la Voluntad, que les dice: "¡Resistid!".
-- IF (Kipling . 1885)

También es verdad que si Anakin no fuese un niñato malcriado, nos habríamos perdido nosecuantas películas, series, muñecos y libros. Siempre hay alguien que se forra con las desgracias ajenas, aunque sean ficticias, y no suele ser el que se queda 3 horas sentado mirando una pantalla sin hacer nada.

Y ese es el tema. ¿Qué podemos hacer? No ya para hacernos millonarios, sino para no ser los perdedores de esta batalla.

Nos encontramos ante el reto común más importante de la historia de la humanidad. Nunca tantos países y personas se habían enfrentado a una amenaza de este nivel. Justificada o no la alarma, que no le falta tinte catastrófico para colarnos anuncios de papel higiénico entre muerto y muerto en los informativos.

¿Pero es un reto conjunto? Común sí, pero conjunto... Tengo la sensación de que siguen prevaleciendo esas barreras medievales llamadas fronteras, tras la que cada estado soberano hace un poco lo que puede. Porque admitámoslo: Ya nadie tiene un plan. Especialmente en Europa, donde nos hemos creído indestructibles. 4.000 años de plagas, reinos e imperios caídos nos han enseñado... nada.

Sólo quedamos nosotros. Encerrados. Solos o en compañía. Sólo podemos pensar. Pensar en qué tipo de sociedad queremos ser cuando esto pase. Porque pasará. Y nada volverá a ser lo mismo. Todo el mundo recordará qué hizo estos días. Cómo lo vivió. Qué hacía cuando el Presidente anunciaba que teníamos que quedarnos en casa.

Tengo miedo. El 11 de Septiembre de 2001 pasé de la estupefacción de ver dos torres ardiendo al miedo a una tercera guerra mundial con las imágenes del Pentágono agujereado por un avión. El edificio más seguro del mundo era vulnerable. Y nosotros también. Pero nos recuperamos.

Tuve miedo la mañana del 11 de Marzo de 2004 cuando la radio del conductor de la línea 49 de la EMT madrileña hablaba de unas explosiones no sé muy bien donde. Otra vez la ETA, que hartazgo. Tuve miedo minutos después en el metro bajo la estación de Chamartín cuando comprendí que aquello era muy grande. Tuve miedo cuando mi compañera favorita, ya me entiendes, no aparecía. Cuando el Alcalde de Madrid pedía, con los ojos empañados, que los madrileños liberásemos las calles para que el SAMUR pudiese llegar a donde se le necesitase lo antes posible. Pero un par de horas más tarde salía del metro. Una ambulancia subía a toda velocidad un Paseo de la Castellana absolutamente desierto. Se saltó el semáforo y tras aquel semáforo 40 personas hacían cola en un autobús de donación de sangre. Nos recuperamos.

El 14 de Julio de 2017 tuve miedo. El coche de policía paró frente a mi. Estaba sentado tal y como me dijo la persona que me atendió al otro lado del 112. El teléfono se deslizó de mi mano, mi cuerpo cayó de lado y mis parpados dejaron de tener energía para abrirse. Estaba muriendo. Y tuve miedo. Miedo de morir sin haber hecho lo que quería. De haber vivido para otros en lugar de vivir para mí. Menos de 72 horas después estaba comiéndome la hamburguesa más grande de Burger King. Me recuperé.

Hoy tengo miedo. Miedo de no llevar las riendas de mi salud mental. De mantenerme despierto cuando debo dormir. De toser como un tuberculoso cada vez que me emociono. De tener un coronavirus leve y haber matado a una abuela que hace una semana hacia cola conmigo en el supermercado. De que ya nada será lo mismo. De volver a perder sin haber hecho equipaje para el remonte. De haberme acomodado demasiado. De no ver a la gente a la que quiero. De morir solo.

Pero me voy a recuperar. Los datos son muy claros. Hasta ahora es lo único que he hecho. Remontar. Volver. Levantarme. Sufrir... y ganar.

De cada mal momento surgió una oportunidad. Un giro en el guión digno de una película de suspense. De aquella Big Fish en la que todo tenía demasiada moraleja para ser verdad. Y al final todo era verdad.

Porque esta es mi verdad. Y también la vuestra. Porque mi vida no es extraordinaria, es una más llena de heridas cicatrizadas. Enfermedades curadas, crisis superadas. De seres queridos caídos en el camino, pero de camino en sí. De camino por delante, por hacer. Por recorrer y construir. De seguir.

Adelante.

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