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Mostrando entradas de noviembre, 2018

Paraguas

Llueve. A los gatos no nos gusta la lluvia y para mayor agravio, hace viento. Pocas cosas me parecen más desesperantes que el uso de un paraguas. Especialmente los días de viento. Se dobla, se gira, crujen las varillas. Tengo la sensación de estar más mojado que lo que estaría de no usarlo. Con cada vuelta del tejido a contraviento, me desespero, refunfuño , maldigo al inventor. Un paraguas es un suplicio. Alcanzo mi destino, dolorido, cansado, golpeado. Me duelen los oídos, me duele el cuello y me duelen de frío las manos que sostienen mis dedos arrugados. Hay mayor tortura que caminar con un paraguas y es hacerlo sin rumbo. Sin embargo, nos he imaginado a ambos, a tí y a mí, paseando sin prisa bajo la lluvia en cada tarde de Noviembre a Marzo. ¿Vienes?

Las velas de la Señorita Mistinguett

La Señorita Mistinguett está dormida. Estoy lleno de paz porque ella está tranquila. Por fin descansa. La guerra entre los comerciantes italianos y chinos tiene el Mediterráneo patas arriba. Cañonazos, banderas y estrategias a las puertas de la recepción de Milán. Infinita burocracia de embajada aburriendo a mi Reina Pirata. Tensiones innecesarias para una tripulación que sólo quiere navegar. Amanece. Adelante. Tierra adentro camino del Pirineo. En dirección contraria, trescientos un kilómetros por hora para abarcar seiscientos dos millones de milímetros desde el Mediterráneo hasta La Vaguada. Ciento sesenta y cinco centímetros de besos sobre las toallas del emperador gallego. Incontables caricias para memorizar las piernas infinitas de mi emperatriz. Miles de burbujas de jabón a veinte plantas del suelo, a micras del cielo. Mis matemáticas se han puesto al servicio de la Señorita Mistinguett. La Reina Pirata ha encargado velas nuevas para el barco. Nuevos rumbos, nuevas formas

La droga cuántica

Tu risa. Tu sonrisa. Tu boca. Tus ojos. No saber qué decir. No ser capaz de hacer más que mirarte con cara de idiota. El hombre más inútil del mundo ante el cegador destello de tu alegría. El hombre más aterrado del mundo atravesado por tu mirada. Aterrado ante la idea de que se me acabe esta droga que es el viento que nace en los abanicos de tus pestañas. Este dealer anónimo me ha traído mierda dura. De la buena. Tan buena que se ríe de mis tonterías, que besa mis ocurrencias. He tenido que ir al médico. Un tal Martínez me ha dicho que aunque me haga transfusiones para limpiarme, no va a funcionar. Que esta droga nueva es atómica, cuántica, que me afecta sin tocarme, sin beberla, sin respirarla. El médico, Martínez, dice que sí... Que con toda seguridad voy a morir antes o después. Pero con suerte, la droga llega hasta el final de la vida. Que es como una inmunodeficiencia... Que con ella sería normal y podría hacer todo lo que quisiera hacer en la vida. Que sólo hay que cuidarse

Diagonal

Te dormiste en diagonal atravesando mi pecho y la cama. A pesar de lo complejo de la distribución, tú allá en el Eixample de las sábanas y yo aquí en mi Gran Vía de las almohadas, encontré la forma de adaptarme a este problema geométrico. La solución no era otra que la más evidente: Envolverte. Envolverte en besos de miradas sin labios para no despertarte. Envolverte con sábanas de polvo de luna llena, mucho más ligeras que la caliza de mi tierra. Envolverte con la oscuridad de las pestañas que sellan tus párpados. Adornarte con la luz de velas acunadas en vasos de cristal hechos con la arena de aquella playa de Sosua Y allí me dormí, en las orillas de los lunares de tu espalda. En este barco pirata mecido por las olas del viento de tu pelo. Soñé. Soñé con teletransportarme a la Diagonal. Con cruzar el Paseo de Gracia en Diagonal. Entrar a tu oficina saltando escalones en diagonal y sentarte en esa mesa con las piernas en diagonal. Soñé con resolver este problema de aquella distan

Mi Reina Pirata

Érase una vez, en una ciudad a ciento sesenta kilómetros del mar, una niña que no quería ser princesa pero que nació para ser Reina. La reina de corazones. Pero no hablamos de la egocéntrica Reina de Corazones que imaginó Lewis Carroll. Hablamos de Mi Reina, la Reina Pirata. Mi Reina navega en el Mediterráneo, pero atracará en mi puerto en treinta días, tres horas y cincuenta y siete minutos. Mi Reina Pirata bebe café solo y ganaría a Paul Newman si en lugar de comer huevos, hubiese que beberse una botella de ron para escapar de la cárcel. Mi Reina Pirata es patrón de barco. Gobierna un bajel italiano con el nombre en dorado. Junto a su tripulación navega en cada rincón del Mediterráneo en duras batallas contra visitantes rusos o asiáticos. Mi Reina Pirata tiene un castillo en una isla. Y desde él rige los vientos que mecen mis sueños. Vientos que encienden velas en lugar de apagarlas. Vientos que me queman por dentro. Mi Reina sabe de mis cicatrices y yo sé de las de Mi Re