«Querer a las personas como se quiere a un gato, con su carácter y su independencia, sin intentar domarlo, sin intentar cambiarlo, dejarlo que se acerque cuando quiera, siendo feliz con su felicidad.»
Cortázar era un hombre de gatos. Cualquiera que sea de gatos entiende lo que quiere decir.
Estamos acostumbrados a querer a las personas sin medida. Amar con toda nuestra alma y energía. Destruirnos por completo para demostrar a aquel ser amado que estamos completamente rendidos a sus pies, absortos y desprovistos de vida sin su presencia. Perros tristes sin amo. Cachorros sin guía.
Pero un gato no quiere ser amado de esa manera. Querrá abrazos, pero no muchos. Caricias mientras deje de picar y hasta que vuelva a picar. Si la piel escuece, quizá es demasiado amor. Quizá es demasiado cariño. Quizá es posesión.
Y a los gatos no se les posee. No tienen dueño.
Las personas, aunque no lo sepan, tampoco. No todas lo aprenden de inmediato. La mayoría no lo hace nunca. Pero quien lo hace, sabe que nunca volverá a tener dueño. Que la libertad de ser quien uno quiere ser es algo irrenunciable. La soledad bien entendida es tan irresoluble y natural como la muerte, por ello, quien va no vuelve. Y como la muerte, no debe percibirse como algo triste, sino como un paso adelante para aquellos que han vivido un poco más allá que los otros, tengan la edad que tengan.
La primavera no tiene dueño. Ni tiempos. Llega cuando quiere llegar y se va cuando quiere irse.
Mi primavera no es mía. Ni falta que hace. Mi primavera es suya. Es LA primavera. Es ella. Es una mirada limpia, una sonrisa sincera, rizos infinitos y ciento setenta y cinco centímetros de honestidad involuntaria.
La primavera no para. Ni siquiera cuando despliega todos esos ladrillos de colores a lo largo de la mesa. Ni cuando cae en una mañana aburrida de reuniones de nubes grises lloviendo las tardes de marzo. No para, no se queda. No descansa.
La primavera vive intensamente el rato. Invierno de pacotilla. La primavera brilla. La primavera es un gato.
Desenreda bolas de lana, curiosa investigadora tratando de averiguar quién comparte su jornada. Exploradora de lo imposible, de lo interno y de lo inaccesible. ¿Cómo le vas a decir a la primavera que no se escape en aquella largada?
La primavera se va y poco puedo hacer yo ya. Más aún, nada debo hacer.
Uno, que se ha cruzado con un marzo ventoso, un abril lluvioso y un mayo, florido y hermoso... todo junto en un vestido ¿Inglés? precioso... sólo puede intentar no comportarse como un oso.
Como al gato, a esta primavera sólo se la puede esperar. Esperar, con la ventana abierta, el balcón iluminado y este post en el blog colgado.
Con suerte, siendo un gato, la primavera vendrá. Se irá. Volverá. Se sentará en el sofá y te adoptará como "su" humano. Con suerte, este que nunca se tuvo en la especie, será mejor humano a su lado. Sin correas ni bozales, sin ataduras para perros. Sólo con el cariño, las caricias, las palabras y la libertad... la irremediable, irrenunciable, irremplazable e irreverente libertad de los gatos. Compañeros, como quien acompaña a la primavera, sufre el verano, lamenta el otoño, llora durante el invierno tanta espera... vuelve a despertarse un buen día con un "Buenos días" (Caballero) de la primavera.
Mientras tanto, como se dice con la eterna voz seca: "La primavera sabe que la espero en Madrid".
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