Aséptico, impermeable. Parecer cuerdo no es lo mismo que estarlo, y probablemente sea el síntoma que mejor define que no lo estoy. Es más fácil salir adelante cuando se odia a alguien que cuando se ama a alguien. Y se perfectamente a quien odio. Es un problema odiarse a si mismo, ya que no se puede despegar de uno mismo. Todo pensado, planeado, preparado. No hay espacio para el azar, para la duda. Pero siempre está ahí, la indecisión, perenne. Rodeada de excusas que no sirven, que no tienen fundamentos reales.
Siempre parece que no hago lo que debo hacer porque no quiero, que controlo la situación en cada punto y cada extremo. Sin embargo realmente lo que hago es conformarme con la situación en cada punto y cada extremo, sin atrevimiento, sin intención de cambiarla ni de hacer nada que pueda cambiarla. Resuelvo problemas de los demás, ayudo a los demás, animo a los demás a hacer las cosas que yo no hago. Todo es parecer, aparentar, disfrazar.
No tengo el valor de aplicar ninguna de esas soluciones para mi. No es altruismo, es más bien egoísmo o conformismo. Doy miedo. No sé porqué, ni realmente a quién. Pero doy miedo. ¿Me doy miedo? No, ¿que daño te va a hacer alguien que no quiere hacer nada que cambie la situación? Que el mapa sea siempre exactamente el mismo. El único miedo que podría tener de mí mismo es que acabe viviendo (o ya esté viviendo) la vida equivocada, la vida de otro. Precisamente algo que ya siento, y eso no da miedo, es algo que genera odio. Odio hacia sí mismo por no ser capaz de hacer lo correcto en el momento correcto, de no tener la voluntad necesaria para atreverse a dar aquellos pasos que pueden cambiar mi historia. Y la historia de cada uno varía irremediablemente la de todos.
Es evidente que no levanto cabeza, aunque no lo parezca. Cada día me río por cosas que me parecen más absurdas, e intento mantener una cordialidad y simpatía que no me apetece tener. Me apetece dormir y no despertar. Dejar de respirar. No tengo valor para tomar decisiones que cambien el curso de las cosas, y apenas quedan fuerzas para vivir esas cosas.
No tengo miedo de mi, sino de lo que están provocando mis decisiones, mis indecisiones. Porque no decidir también es una forma de decidir, de tomar partido como espectador de una vida que no es la mía. ¿Pero cual es la mía? No haber hecho lo que debía me da esa imagen de supuesta ventaja, de no tener que responsabilizarse de lo ocurrido. De poder permanecer impasible aunque todo se derrumbe a mi alrededor. De asumir un papel, porque mi vida en sí ya me parece un papel. Un enorme acto teatral en algún punto entre la comedia absurda y la tragedia.
Esta incoherencia en lo escrito es la misma incoherencia de lo sentido. Si, a veces siento. Es extraño, casi siempre doloroso e incomprensible, innecesario, absurdo.
Me gustan las máquinas, precisas, engranadas, funcionales, diseños perfectos en los que no sobra ni falta nada, en los que cada punto tiene su función y cada coma su lugar. Es lamentable ser un humano, tanto que me cuesta reconocer mi pertenencia a la especie. Ojalá fuese superior. Pero soy un humano vulgar, con armadura de plomo. Lenta, pesada, oscura, y casi siempre inútil. Pero bajo el yelmo no se me ve la cara. No parezco vulnerable. Me tienen miedo.
La mayoría de la gente pasa delante de las estatuas sin pararse a leer la placa. De los pocos que la leen, aun menos miran a la estatua, y los que la miran, no reciben respuesta. ¿Quién quiere respuesta de una estatua? Pero si la estatua hablara...
Siempre parece que no hago lo que debo hacer porque no quiero, que controlo la situación en cada punto y cada extremo. Sin embargo realmente lo que hago es conformarme con la situación en cada punto y cada extremo, sin atrevimiento, sin intención de cambiarla ni de hacer nada que pueda cambiarla. Resuelvo problemas de los demás, ayudo a los demás, animo a los demás a hacer las cosas que yo no hago. Todo es parecer, aparentar, disfrazar.
No tengo el valor de aplicar ninguna de esas soluciones para mi. No es altruismo, es más bien egoísmo o conformismo. Doy miedo. No sé porqué, ni realmente a quién. Pero doy miedo. ¿Me doy miedo? No, ¿que daño te va a hacer alguien que no quiere hacer nada que cambie la situación? Que el mapa sea siempre exactamente el mismo. El único miedo que podría tener de mí mismo es que acabe viviendo (o ya esté viviendo) la vida equivocada, la vida de otro. Precisamente algo que ya siento, y eso no da miedo, es algo que genera odio. Odio hacia sí mismo por no ser capaz de hacer lo correcto en el momento correcto, de no tener la voluntad necesaria para atreverse a dar aquellos pasos que pueden cambiar mi historia. Y la historia de cada uno varía irremediablemente la de todos.
Es evidente que no levanto cabeza, aunque no lo parezca. Cada día me río por cosas que me parecen más absurdas, e intento mantener una cordialidad y simpatía que no me apetece tener. Me apetece dormir y no despertar. Dejar de respirar. No tengo valor para tomar decisiones que cambien el curso de las cosas, y apenas quedan fuerzas para vivir esas cosas.
No tengo miedo de mi, sino de lo que están provocando mis decisiones, mis indecisiones. Porque no decidir también es una forma de decidir, de tomar partido como espectador de una vida que no es la mía. ¿Pero cual es la mía? No haber hecho lo que debía me da esa imagen de supuesta ventaja, de no tener que responsabilizarse de lo ocurrido. De poder permanecer impasible aunque todo se derrumbe a mi alrededor. De asumir un papel, porque mi vida en sí ya me parece un papel. Un enorme acto teatral en algún punto entre la comedia absurda y la tragedia.
Esta incoherencia en lo escrito es la misma incoherencia de lo sentido. Si, a veces siento. Es extraño, casi siempre doloroso e incomprensible, innecesario, absurdo.
Me gustan las máquinas, precisas, engranadas, funcionales, diseños perfectos en los que no sobra ni falta nada, en los que cada punto tiene su función y cada coma su lugar. Es lamentable ser un humano, tanto que me cuesta reconocer mi pertenencia a la especie. Ojalá fuese superior. Pero soy un humano vulgar, con armadura de plomo. Lenta, pesada, oscura, y casi siempre inútil. Pero bajo el yelmo no se me ve la cara. No parezco vulnerable. Me tienen miedo.
La mayoría de la gente pasa delante de las estatuas sin pararse a leer la placa. De los pocos que la leen, aun menos miran a la estatua, y los que la miran, no reciben respuesta. ¿Quién quiere respuesta de una estatua? Pero si la estatua hablara...
Las estatuas no hablan, son piedra, y las piedras son tontas! tan tontas tan tontas, que ni se mueven! las personas se mueven, las personas no son estatuas! y quiero que actualices esto pero ya!!! XD
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