El frío de las noches de lluvia me recuerda madrugadas tristes.
Pero también es la segunda parte de un plan repetido año a año. Capitulo cuarto. Previo del quinto, el de las flores, la alegría y el calor.
Dentro de la imagen del caos, la foto del desorden, la aletoriedad y el sinsentido, se repite cada vez esta secuencia del viento, la lluvia y las flores. La ira, la tristeza y la ilusión. Después, la alegría y la pasión. La monotonía, la caída y finalmente la nieve del invierno de cada ser.
Nada es eterno salvo el orden inherente al camino desde y hacia esa eternidad.
En la consciencia de los límites de la existencia también parece haber una constante, la de quién se da cuenta de que sólo ha vivido un par de días cálidos en febrero, cuatro soles de marzo y aún, o ya, está en abril. Queda camino por delante: mucho, poco, la mitad. Queda el camino consciente. El de saber lo que viene, lo que uno puede esperar de los siguientes ocho meses. Ocho de los que vivirás seis.
Los últimos dos no existen, como no fuiste consciente de los dos primeros de cada año.
Aquí estás, con las puntas de las alas cortadas listo para saltar de un balcón hacia un infinito, finito, del que desconoces los detalles en seis pisos y ni siquiera eres consciente de la existencia de dos por encima y dos por debajo. Un tercio de la distancia entre la cornisa del edificio sobre el que descansas y el suelo que te matará si no abres las alas.
Abre tus alas mojadas. Está dejando de llover.
«Querer a las personas como se quiere a un gato, con su carácter y su independencia, sin intentar domarlo, sin intentar cambiarlo, dejarlo que se acerque cuando quiera, siendo feliz con su felicidad.» Cortázar era un hombre de gatos. Cualquiera que sea de gatos entiende lo que quiere decir. Estamos acostumbrados a querer a las personas sin medida. Amar con toda nuestra alma y energía. Destruirnos por completo para demostrar a aquel ser amado que estamos completamente rendidos a sus pies, absortos y desprovistos de vida sin su presencia. Perros tristes sin amo. Cachorros sin guía. Pero un gato no quiere ser amado de esa manera. Querrá abrazos, pero no muchos. Caricias mientras deje de picar y hasta que vuelva a picar. Si la piel escuece, quizá es demasiado amor. Quizá es demasiado cariño. Quizá es posesión. Y a los gatos no se les posee. No tienen dueño. Las personas, aunque no lo sepan, tampoco. No todas lo aprenden de inmediato. La mayoría no lo hace nunca. Pero quien lo hace, sabe qu
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